4.1 Dossier


Casas muertas: olvido y progreso de un país. Una perspectiva marxista
Casas muertas: Oblivion and Progress of a Country. A Marxist Perspective


Diana Albornoz
Estudiante de Letras,
Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela

Resumen
En la novela Casas Muertas (1955) de Miguel Otero Silva, el poblado de Ortiz, en el estado venezolano de Guárico, es el escenario de ficción, y también una de las regiones del interior desatendidas por completo por el Gobierno gomecista (1908-1935), sólo preocupado por la élite capitalina. Este pueblo en Guárico–el corazón de la nación–yace moribundo, cada día desmoronándose, con sus habitantes muriendo por las epidemias del paludismo y la hematuria. Para el análisis, nos basamos en la unidad del ideologema del crítico marxista estadounidense Fredric Jameson en su libro El inconsciente político. Tomaremos, así, a la protagonista, Carmen Rosa, como portadora del conflicto por el progreso en la significación de la novela cuyo lenguaje literario presenta una forma ideológica latente. De este modo, Otero Silva se sirve de su pluma para denunciar el olvido de la clase dirigente de los años 1950, utilizando a Carmen Rosa, entre otros personajes, como crítica política simbólica del gobierno gomecista y como propuesta de progreso para el país.

Palabras clave: gobierno, olvido, enfermedades, progreso, ideologema.

Abstract
In the novel Casas muertas (1955) by Miguel Otero Silva, the town of Ortiz, in the Venezuelan State of Guarico, is the fictional scenario, and also one of the interior regions completely unattended by the Gomez administration (1908-1935), only focused in the Capital’s elite. The town in Guarico–the nation’s heartland–lays moribund, every day crumbling to pieces, with its dwellers dying from epidemics of malaria and hematuria. For the analysis, we shall use the unity of the ideologeme taken from the North American Marxist Critic Fredric Jameson’s The Political Unconscious. Thus, the protagonist, Carmen Rosa, becomes the bearer of the conflict for progress in the meaning of the work, whose literary language presents a latent ideological form. In such a way, Otero Silva uses his plume to denounce the oblivion of the governing class of the 1950s, using Carmen Rosa, among other characters, as political and symbolic critique of the Government during Gomez as a proposal for progress for the country.

Keywords: Government, Oblivion, Sickness, Progress, Ideologeme.

Recibido: 28/04/2010 / Revisado: 21/06/2010

En este trabajo estudiaremos Casas muertas de Miguel Otero Silva (1955) desde la teoría marxista. Sostenemos que la preocupación patente en la novela es la despreocupación del gobierno por el pueblo venezolano simbolizado por el poblado de Ortiz, capital del estado Guárico, lejos del tiempo en que fue glorioso, ahora yaciendo moribundo. El personaje principal es una joven llamada Carmen Rosa, que desde el comienzo nos muestra su visión por el progreso del pueblo. Nos interesa en particular la tensión entre la decadencia del pueblo y el potencial frustrado de Carmen Rosa, en un momento en que la producción petrolera cambia el rumbo del país.
Tomaremos como base la noción de ideologema de Fredric Jameson:
Se puede decir que el discurso de clases más amplio está organizada en tomo a unidades mínimas, que llamaremos ideologemas […] [E]l ideologema es una forma anfibia cuya características estructural esencial puede ser descrita como su posibilidad de manifestarse ora como una pseudo-idea un sistema conceptual o de creencias un valor adstrato, una opinión o un prejuicio, ora como una protonarracion, una especie de fantasía ultima de clase sobre los personajes colectivos que son las clases de oposición (197) (énfasis nuestro).
Jameson expone la literatura como una manifestación artística. Esta manifestación se determina como la forma o la manera en que la sociedad crea una vía para transmitir la ideología de la misma. En este sentido Carmen Rosa es portadora en la obra del ideologema contenido en las “pseudo-ideas” del olvido y del progreso, representados en este y otros personajes que activan la tensión entre pueblo y gobierno.
Carmen Rosa nace cuando el pueblo de Ortiz “ya había comenzado a desplomarse. Entre ruinas dio sus primeros pasos y ante sus ojos infantiles fueron surgiendo nuevas ruinas” (25). Desde su niñez vive en un ambiente lleno de desesperanza y olvido, pero esto no impide que muestre desde su adolescencia su visión de progreso. Continúa el texto: “Carmen rosa prefería reconstruirse a Ortiz, levantar los muros derruidos, resucitar a los muertos, poblar las cosas deshabilitadas y celebrar grandes bailes en “landuñera”” (13-14). Ortiz es un pueblo que ilustra la historia de las comunidades venezolanas, sometidas a intereses externos, víctimas de un falso progreso y de una modernización desigual y desintegradota. El viaje épico que realiza Carmen Rosa del mundo rural (Ortiz) al petrolero (Oriente) pone en comunicación a dos formas de barbarie.
La primera del llano hostil, infinito de formas anacrónicas. Al principio leemos: “Esa mañana enterraron a Sebastián. El padre Pernia, que tanto afecto le profesó, se había puesto la sotana menos zurcida, la de visitar al Obispo” (5). Inmediatamente el narrador pasa a explicarnos que un entierro es de lo más común en Ortiz, mostrando así la desolación de este pueblo que todos los días muere poco a poco.
El ritmo pausado del entierro se adapta fielmente a su caminar de enfermos. Así, paso a paso, arrastrando los pies, encorvando los hombros bajo la presión de un peso inexistente, se les veía transitar a diario por las calles del pueblo, por los campos medio sembrados, por los corredores de las casas (5-6).
Hasta la hierba del camino ya se ha extinguido por el arrastrar de las alpargatas. Esto es muestra de la barbarie en esa aldea de muertos.
La otra forma de barbarie es la representación de la lluvia, personaje que Otero Silva nos muestra de una manera hermosa por sus descripciones, pero monstruosa por los daños que causa.
A veces descendía una llovizna menudita, un polvillo ingrávido, polen de las estrellas, corpúsculos de nubes, que mojaba lentamente los techos, empapaba las calles y ponía brillos de pedrería en el verde lustroso de los cotoperíes. Otras veces caían goterones que golpeaban la tierra como salivazos, chasqueaban como látigos sobre las planchas de zinc, se esparcían sobre el polvo como monedas de agua (94).
Aunque ahí hay descripciones como “polen de las estrellas”, “corpúsculos de nubes”, la lluvia implacable empieza a hacer más y más daño al caer sobre este pueblo en escombros. El ideologema emerge en el uso del lenguaje literario de Otero Silva a través de descripciones contradictorias a la vez poéticas y destructivas. Así, mediante la forma de la enunciación y la protonarración contenida en el ideologema, se muestra la crítica social y política, y se refleja el pensamiento pesimista de la época en que se publica la obra. En el siguiente pasaje podemos ver dicha aflicción:
Llovía con saña sobre las casas medio destruidas, sobre los techos carcomidos, sobre los muros sin asidero, sobre los dinteles sin puerta, sobre las tumbas desvalidas del viejo cementerio. Súbitamente desleída por las lluvias, trocada en murallón de fango, se tambaleaba una pared para derrumbarse luego al embate del viento. Sobre un oscuro solar anegado se desplomó el segundo piso de una antigua casa abandonada, en la calle real (Otero 95).
Esta descripción insiste en la destrucción de lo material, de las casas que poco a poco se van cayendo por efecto de la lluvia que cae y hace que las edificaciones escasas se terminen de desmoronar. Así Ortiz va desapareciendo sin dejar nada.
Citemos también la gestación de los mosquitos cuando la narración se torna poesía en prosa tanto poética como destructiva. En el cristal fangoso de los charcos, en el lino verdoso de los pozos a donde llegan a posarse estos bichos después de las semanas de lluvia, leemos:
Sobre una hoja inmóvil, detenida en mitad del agua muerta, se paraba una brizna imperceptible provista de alas y de vida. Era una hembra que venia a poner sus huevos. Los huevitos caían por centenares, hermanados en una cinta finísima, y se esparcían luego sostenidos a flor de charca por flotadores microscopios (98).
Una vez llegadas a la madurez estas briznas con alas, las hembras se esparcen hacia las casas en busca de sangre humana, y hunden el aguijón en el sano al igual que en el enfermo. Entonces con la trompa envenenada sepultan con la punta las células malignas, para luego hacer arder el cuerpo en la llama del paludismo. Salían por fin las aguas, pero no sin dejar sobre Ortiz una marea de fiebre y de muerte que mataba y seguía matando aun cuando parecía que ya no había a quien matar.
La dimensión estética de la narración es producto simbólico del pensamiento del escritor para mostrar su visión crítica ante la falta de centros de salud públicos que carece el estado de Ortiz. En Ortiz las enfermedades como la fiebre, la hematuria y el paludismo son también personajes en la historia. Todos los pobladores tienen que luchar contra ellas. Hasta el mismo Ortiz, personaje vital, vive en espera de la muerte, porque el paludismo y la fiebre han pasado a ser el estado normal de sus habitantes. Un pueblo enfermizo es fácil de someter. Un pueblo analfabeto es un pueblo fácil de dominar. En Ortiz las enfermedades son las causantes de la mala educación.
Hay varias alumnas en la escuela de la maestra del pueblo, la señorita Berenice, pero muy rara vez asisten todas juntas a las clases; siempre llegan recados. Leemos: “[M]anda a decir misia Socorro que Elenita no puede venir hoy porque esta con calentura… que la niña Lucinda no se pudo levantar hoy de la cama” (26). La única que nunca se enfermaba era Carmen Rosa. Llega el día en que la señorita Berenice y el señor Núñez, maestro de los niños, presentan un total de diecisiete alumnos ante los examinadores. Albergan la esperanza de que entre ellos haya el número que necesitan para un quinto grado que desde hace mucho no hay en Ortiz. Los maestros de antemano saben que no lo van a conseguir porque sus alumnos, acechados por el paludismo y fiebres, no están aptos para pasar un examen que está elaborado para niños sanos y bien nutridos.
Por otra parte el personaje de Sebastián es clave en la decisión que toma Carmen Rosa al final de la trama. Hasta un punto de la narración, todo parece suponer que estos personajes serán una pareja. Un día va Sebastián a ver a Carmen Rosa y se siente enfermo. Al principio cree que es insolación, el efecto del sol del llano. Después se da cuenta que tiene hematuria, que por la fiebre tan alta empieza a delirar diciendo consignas políticas rebeldes. Dice el texto:
Cuando esta a su lado Carmen Rosa, caía en la atmósfera algodonosa del sopor, crepitaba en la fogata de la fiebre, se escapaba a la región alucinada del delirio. ¡Adentro muchachos! ¡Viva la libertad! ¡Viva Sebastián Acosta, el león de parapara!... en los mas hondo de su delirio grita ¡abajo Gómez, muchachos! ¡Viva la revolución! ¡Que toque la corneta! ¡Que Sebastián Acosta esta entrando en la villa! (110).
A los veinticinco años, con sueños de hacer algo por el pueblo de Ortiz, muere Sebastián, y con él la esperanza de Casas muertas. El joven que vendría a renovar la sangre envenenada de Ortiz y tal vez la clase dirigente nacional. Con Sebastián, el pueblo de Ortiz caracteriza al pueblo venezolano, donde se permite que la fiebre y el paludismo no sólo acaben con la población, sino que los roben de energía para pelear, protestar políticamente y hasta para estudiar por un futuro mejor. Vemos esa caracterización del pueblo venezolano en el lenguaje literario: “[E]l brioso pregón de vida en aquella aldea de muertos” (5). Esto es un acierto literario de Otero Silva porque así queda la ilusión de que tal vez de haber Sebastián vivido, algo hubiera podido hacer. Puede también su muerte simbolizar el triste hecho de que contra el régimen de Gómez la única que pudo hacer algo fue la muerte. El dolor se ha hecho costumbre en todos los habitantes de Ortiz, con la excepción de Carmen Rosa, sin dudas con la muerte de Sebastián. Otero Silva nos da una muestra de la apatía hacia el tiempo y una falta completa de preocupación de los habitantes en cuanto a los días que viven. La interpretación de la novela como forma ideológica textualizada parte de la representación y el reflejo de los conflictos de todos los habitantes de Ortiz.
Leemos en el texto:
Tal vez era domingo. Sin duda era domingo, pero nadie pensaba en eso. Ninguna diferencia existía entre un martes y un domingo para ellos. Ambos eran días para tiritar de fiebre, para mirarse la ulcera (8-9).
La repetición de domingo sirve para crear una sensación de aburrimiento, de tedio o tal vez un ambiente de irrealidad. De Sebastián tal vez se esperaba demasiado y cuando parece que todo se iba arreglar, la obra lo deja morir, incluso antes de que se pueda convertir en una completa desilusión.
Al morir Sebastián, Carmen Rosa, en medio de su dolor, empieza a soñar con otros pueblos donde se vea algo más que entierros. Su idea de progreso y de tener un mejor futuro la lleva a irse de su pueblo natal. Al final Carmen Rosa decide viajar a Oriente en busca de ese progreso. Carmen Rosa presenta siempre su postura de progreso hasta el final de la obra, cuando decide irse de Ortiz porque ella “no estaba dispuesta a derrumbarse con las últimas cosas de Ortiz” (117-118). Su idea de progreso, de tener un mejor futuro la lleva a irse de su pueblo a Oriente donde el petróleo representa la riqueza y progreso. De esta manera Carmen Rosa constituye un registro de la distintas etapas del desarrollo sociohistórico venezolano, del devenir de un país con el sistema económico petrolero, que implica más que una simple y poderosa implantación de nuevas formas culturales.
Otero Silva encuentra la manera de insertar aquí lo satírico dentro de lo que consideramos el ideologema que opone pueblo y clase dirigente. Se trata del tema de los “derechos constitucionales del venezolano”, los cuales en este pueblo no se conocían porque ellos no tenían derecho ni a la misma vida, a causa de las enfermedades que siempre los acechaban.
Todos los alumnos fracasaron con la excepción de Carmen Rosa quien presenta la prueba oral y la pasa, pero al final ella se da cuenta que sola ha llegado a un quinto grado que no existirá jamás en este pueblo de muertos. Después llega el día en que Carmen Rosa decide irse de Ortiz y la señorita Berenice le pide que se quede a enseñar en la escuela con ella. Carmen Rosa responde:
¿Quiere que le cuente con los dedos los niños de este pueblo? Cuatro muchachos barrigones, cuatro muchachos con llagas, cuatro muchachos descalzos, cuatro muchachos enfermos, es todo lo que nos queda (129).
Con este razonamiento de Carmen Rosa, Miguel Otero Silva nos recuerda una vez más el descuido criminal del gobierno hacia la salud del pueblo, de la nación. Desde el punto de vista del gobierno, todo lo sucedido parece muy natural, ya que a semejante gobierno no le “conviene” un pueblo educado y sano que pueda revelarse y causar dolores de cabeza – nuevamente recordamos a Sebastián. El texto está en continuo movimiento pendular cuyo aire es el ideologema y cuyo clima es la pugna constante de lucha de clases para un progreso. En este sentido, la novela está atravesada por el antagonismo social entre pueblo y clase dirigente, y ello tiene como principal función mostrar la realidad venezolana de la época en que la novela misma irrumpe en las letras nacionales.
El ideologema del olvido y el progreso se inserta en el discurso narrativo del texto implantando la visión de progreso en los personajes principales. Estos reclaman la verosimilitud del pueblo venezolano. Desde el contexto sociohistórico, el posicionamiento del autor, como cualquier otro ciudadano, es protagonista presencial. Se nos muestra una sociedad de enfermos, donde los malos y los buenos no existen, sólo hay enfermos. La única persona que goza de salud es Carmen Rosa quien finalmente se va del pueblo hacia Oriente a tomar parte del nacimiento de un pueblo que pareciera ofrecernos gente sana y emprendedora (pero esto no se sabe). Es por ello que en dicha novela la lucha por el progreso, sigue aun para nosotros los venezolanos más vigentes que nunca.

Bibliografía consultada
Fuerte Mercado, Marie Jessie. La novela social de Miguel Otero Silva. California: UP Southern California, 1972.
Jameson, Fredric. “Sobre la interpretación: la literatura como acto socialmente simbólico”. Trad. Desiderio Navarro. Criterios (La Habana) 1-13.13-20 (1985-1986): 185-210.
Lukács, György. Aportaciones a la historia de la estética. México, D.F.: Grijalbo, 1966.
Marx, Karl. La ideología alemana. La Habana: Pueblo y Educación, 1982.
Otero Silva, Miguel. Casas Muertas, Bogota: Oveja Negra, 1986.
Picón Salas, Mariano. Comprensión de Venezuela. Caracas: Ministerio de Educación, 1949.