4.4 Dossier

Pulsión y Retorno: Una lectura de “Borrachera” de Guillermo Meneses

Drive and Return: A Reading of “Borrachera” by Guillermo Meneses

Alessio A. Chinellato D.

Estudiante de Letras,

Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela

Resumen

El presente trabajo es una aproximación a “Borrachera” (1938), relato inserto en la primera etapa de la obra del venezolano Guillermo Meneses. El análisis destaca algunos aspectos de la vivencia caótica del personaje principal, Antonio, quien, víctima del alcohol y de recuerdos insidiosos, es dominado por un gran deseo sexual. Una de las propuestas de la lectura es ver la fantasía y el consecuente acto sexual del personaje como el “retorno” de éste al espacio idílico de la infancia; espacio que podemos ver representado tanto en el terruño lejano como en la figura de la madre. Por otro lado, nos servimos de algunas nociones del psicoanálisis freudiano para intentar rastrear a lo largo del relato la manera en que operan los “estímulos pulsionales” en el devenir mental del personaje.

Palabras clave: Guillermo Meneses, cuento venezolano, pulsión, alcohol, retorno.

Abstract

The present paper is an approach to the short story “Borrachera” (1938), part of the first period in the work of the Venezuelan writer Guillermo Meneses. The analysis points out some aspects of the chaotic living of the main character, Antonio, who, victim of alcohol and insidious memories, is dominated by a great sexual desire. One of the approaches of reading is to observe the character’s fantasizing and his consequent sexual act as the “return” to the idyllic space of his infancy. Such space is seen represented in the faraway birth land as well as in the maternal figure. On the other hand, we shall use some of the notions of Freudian psychoanalysis in order to track throughout the story the way the “libidinal drives” operate in the mental development of Antonio.

Keywords: Guillermo Meneses, Venezuelan Short Story, Drive, Alcohol, Return.

Recibido: 17/04/2010 / Revisado: 21/06/2010

EXORDIO

Los resultados del presente ensayo derivan principalmente de un acercamiento interpretativo, de un “trato desnudo” con la obra escogida: “Borrachera” (1938), del autor venezolano Guillermo Meneses. Nos hemos servido, por otro lado, de algunas nociones psicoanalíticas expuestas por Sigmund Freud en su obra “Las pulsiones y sus destinos” (1915), con el fin de poder apreciar (aunque someramente) la configuración psíquica y el devenir de los estímulos pulsionales en Antonio, el personaje principal del cuento. Cuento éste que penetra, como dijera el propio Meneses, en “los hondones del alma” (XXXIX), y cuyos acontecimientos se desarrollan siempre a partir de un conjunto de fuerzas en tensión que surgen de la intimidad psíquica del personaje.

“OTRO BERRO, DIEGUITO”

El rumor de una mejor y promisoria estancia en la ciudad capital ejerce sobre el hombre del campo el influjo suficiente para volverlo un fascinado emigrante. Es así como el sujeto, anhelando integrarse a una dimensión desconocida, al núcleo civilizado que se supone más próspero y dinámico, finalmente se desprende del terruño: “Antonio, el negro pobre, vino también un día a la ciudad; lo halaron las palabras de Juan de Dios, el hijo del arriero” (56).

La escena que da inicio al relato, el diálogo entre Antonio y Juan de Dios (la misma que justifica el argumento), llega como un recuerdo difuso que viaja, desde la hacienda lejana, a través de años y años. Antonio (atado siempre al epíteto-estigma de “negro pobre”, que define la condición perenne de su miseria) decide, luego de la dura faena cotidiana, buscar refugio en un botiquín. “Está roto y sucio y cansado” (56); Acaso unos tragos de berro le sirvan de tregua en ese día domingo, destinado al descanso. Pero, más pronto que tarde, comienzan a fluir agitadamente los pensamientos, surgen visiones retrospectivas: “[L]as yerbas verdes [que] dejan su sabor frío al aguardiente: son yerbas como las que crecen, allá en la hacienda, sobre los bordes frescos de la quebrada” (56). Sólo queda lugar para la añoranza del espacio idílico perdido.

Entre los recuerdos de Antonio destaca el de la figura del padre, cuya influencia ha sembrado en él una particular manera de concebir la sexualidad. El personaje recuerda que “los ojos del viejo se ponían brillantes y respiraba fuerte; se echaba sobre su hembra” (59). Acto que sin duda revela una actitud asociada a la animalidad, a lo meramente instintivo, desprovista de toda sensualidad, y que deriva de un estado de ebriedad. Ebriedad que subvierte al individuo, incrementando su deseo carnal. Borrachera que parece velar la razón, y que ahora se apodera de Antonio, el “negro pobre”.

Aún más presente está la figura materna en la memoria del personaje. De hecho, en los momentos de mayor ansiedad, la “voz mental” de Antonio se dirige a la madre, como un lamento, desbordando angustia, acaso la angustia de presentir irrecuperable aquel territorio suyo, original y verdadero.

Una canción grotesca y sádica, aprendida en la infancia, se suma inadvertida e insistentemente a la agitación mental del sujeto. Y pregunta el narrador: “¿Quién ha dicho ahora, allí junto al oído del negro pobre y sucio, esas palabras locas?” (57). A lo que bien podemos responder que, objetivamente, nadie ha dicho tales palabras. En medio de esa interioridad subjetiva que impera en las líneas del relato, la canción se configura como un acto psíquico de selección inconsciente, una melodía que no llega por decisión voluntaria ni premeditada del individuo. Un ‘recuerdo encubridor’, como dijera Freud; recuerdo fragmentario adherido a la memoria del sujeto. Impresión infantil (huella indeleble de la psiquis) que cobra vida en esa álgida madrugada citadina.

El recuerdo de la madre y del padre gobernado por el instinto sexual, la condición de miseria y soledad, la borrachera, el sonsonete: todo converge provocando en el personaje una perturbación anímica desesperante. Si aceptamos, siguiendo a Freud, que “toda actividad, incluso la del aparato anímico más desarrollado, se encuentra sometido al principio del placer” (1993: 251), y atendemos a las recurrentes alusiones sexuales que presentan las memorias del personaje, parece obvio el hecho de que la gran tensión que se apodera de Antonio corresponde a una necesidad sexual. Tal necesidad puede ser concebida, en términos freudianos, como un estímulo pulsional o instintivo. “Los estímulos pulsionales–apunta Freud–no proceden del mundo exterior, sino del interior del organismo. Por esta razón, actúan diferentemente sobre lo anímico y exigen, para su supresión, distintos actos.” (1993: 249). En tal sentido, el personaje, buscando suprimir su estado de excitación, sale del botiquín y desanda las calles “bajo la ceniza fría de un cielo lluvioso, podrido” (60) hacia un único y preciso destino.

Si dedicamos especial atención a ese flujo mental fragmentario, continuamente interrumpido por la canción, advertiremos cómo las frases, los retazos melódicos, juegan un papel determinante en el desarrollo de las acciones del personaje. “Antonio retoño mató a su mujer…” (58). Y esa última palabra, “mujer”, parece quedar flotando, resonando como un eco: “Mujer ¿ah?, mujer quiero. Sí señor. Quiero” (58). Dentro de ese flujo de imágenes agitadas que revela el monólogo interior de Antonio, observamos la definición objetual del deseo. De igual manera, la frase final de la canción, “Con lo que ganaba compró otra mujer” (61), halla su correlato en la circunstancia que experimenta el personaje. Diríamos entonces que Antonio con lo que ganaba, cargando “sacos y barriles y cajones repletos y pesados” (65), compra también una mujer.

“Quiero-quiero”, dice la voz que retumba en su cabeza, una voz enigmática y dominante, una fuerza constante que arriba desde lo más íntimo. “Era un ansia dúctil y pesada que empujaba ahí, dentro de su hondura” (59). Hondura, dimensión interna, que claramente muestra su analogía con el espacio exterior, el sombrío territorio donde transita el personaje: “Él andaba con su paso tembloroso bajo la madrugada manchada de lenta humedad, hedionda y babeante como su pensamiento” (60). La palabra (el “quiero quiero”) es “oscura” como la noche. La podredumbre habita, tanto en el espacio nocturno de la ciudad, como en la mente de Antonio, a través de pensamientos insidiosos y perversos.

Finalmente, la satisfacción del irrefrenable deseo encuentra lugar en un prostíbulo. Allí, sobre una colcha rota, Antonio revolcará su amor y su “angustia de vientre” (63).

VIENTRE

Ya hemos señalado la importante presencia de la madre, negra Jacinta, en los recuerdos del personaje. Pues bien, a lo largo del relato advertimos ciertas señales que sugieren un deseo sexual íntimamente ligado a la figura materna. El ideal de mujer que concibe Antonio no es otro que el de su propia madre: “Una mujer es grande y ancha y uno desea y se va tras ella y hunde y ama y los labios, los labios, los labios y el vientre y te quiero: negra, inmensa, santa” (61).

Las palabras “vientre” y “sangre” son voces mentales que aparecen de forma reiterada (sobre todo en los instantes próximos al encuentro sexual del personaje), y que se invisten de una gran carga simbólica. Es al vientre de la madre que Antonio debe la vida. Es la sangre el elemento de filiación biológica, el gran lazo que lo une a la mujer amada.

Así pues, el personaje experimenta una “fantasía incestuosa” (Freud 1973: 107) en la que la cópula imaginaria sucede con su propia madre. La prostituta representa, en realidad, el objeto en sustitución, “aquel en el cual, o por medio del cual, puede la pulsión alcanzar su satisfacción” (1993: 253). Por eso Antonio piensa en la “claridad tejida con pétalos de mañanas hermosas” (62), y dice “Negra, negra…” (62) en el momento del encuentro amoroso, siendo que la prostituta era de piel blanca. Lo anterior puede entenderse también como el retorno al lugar original, y como un instante de conexión con el “vientre” materno. Finalmente, el sujeto, modificando ampliamente su mundo exterior, cae rendido ante el fin ominoso del placer, revelando además su lado oscuro a partir de la turbia presencia de la canción que se interpola al momento del coito: “Antonio Retoño mató a su mujer/ con un cuchillito del tamaño de él. / Le saco las tripas, las puso a vender. / Con lo que ganaba compró otra mujer” (61). En medio de pestilencias carnales, surge el ansia sádica homicida del personaje que se entrega al abismo absorbente que es el vientre.

RESURRECCIÓN

Poseído por el ardiente impulso, en tal estado de ceguera, no hay poder alguno que contribuya a limitar la consumación del acto sexual. Es al amanecer, cuando penetran la claridad, la lucidez, que el sujeto advierte la fealdad de la prostituta y del lugar. Advierte su “caída” y, con una nueva sensación de repugnancia, subestima el hecho sexual, asegurando que el estado de “locura” de la noche anterior no fue más que obra del licor: “-…No debo tomar más. Me estoy poniendo viejo. Antes el aguardiente no me volvía loco” (65).

Es en ese “despertar” cuando el sujeto se fija en las manchas de la mujer: “tiene manchas en la cara” (65); Antonio mira “el pezón oscuro y grande como una gran mancha” (67), y “la negra mancha del sexo” (67). Cabe interpretar esta idea de “mancha” más allá de su significado físico, es decir, desde la connotación moral que implica. En tal sentido, la “mancha” es una señal que deshonra la integridad moral del individuo. La descripción de un cuerpo de mujer maltratado, feo y descuidado, nos revela al mismo tiempo un estado moral mancillado por la lujuria y la ignominia.

Esta “resurrección” del personaje se revela como la instauración del principio de realidad freudiano. Anteriormente, es decir, durante el período nocturno en el que tiene lugar la borrachera, el sujeto logra sustraerse (mentalmente) de las impresiones desagradables que le ofrece la realidad. Ya hemos comentado sutilmente este evidente “sometimiento” de nuestro personaje al principio del placer. A partir de la embriaguez, se desarrolla en Antonio una turbulenta actividad psíquica (recuerdos, fantasías sexuales) que no procura más que la consecución del placer, la satisfacción inmediata del deseo. Llega, sin embargo, el lúcido momento en el que Antonio, luego de reconocerse en una suerte de hundimiento, busca huir lo más pronto posible de ese “inframundo” y recobrar la vida en el trabajo, en la brisa de la mañana que le trae bellos recuerdos de su hacienda lejana. Se impone así el principio de realidad, principio regulador que se basa en la confrontación necesaria del individuo con las condiciones del mundo exterior (por desagradables que éstas sean). El personaje “emerge” finalmente hacia la búsqueda del equilibrio, y de una distensión menos desbordada, menos peligrosa.

Antonio representa al acosado residente de un territorio que lo priva de su verdadera identidad. Por un lado, es presa de la nostalgia que siente por su terruño, desde ese no-lugar: la cultura urbana. Por el otro, sucumbe a las trampas que a cada paso le tiende la ciudad.

Asistimos a esta historia a través de una voz narrativa omnisciente que, no obstante, se dedica a simular la interioridad del personaje, adoptando su misma perspectiva, y fijando como presencia dominante el caos mental. De ahí que el relato sea también un “vórtice por el que se desciende en un monólogo interior obsesivo […] hacia el averno de la conciencia.” (Liscano 46). De ahí que a través de imágenes recurrentes, de voces que le “duelen” al sujeto, podamos apreciar los estímulos pulsionales como fantasmas obstinados que dirigen las acciones del hombre.

Bibliografía citada

Freud, Sigmund. Tres ensayos sobre teoría sexual. Madrid: Alianza Editorial, 1973.

---. Los textos fundamentales del psicoanálisis. Barcelona: Ediciones Altaya, 1993.

Liscano, Juan. “Guillermo Meneses”. Meneses ante la crítica. Javier Lasarte y Hugo Achugar (Comp.). Caracas: Monte Ávila, 1992.

Meneses, Guillermo. Diez cuentos. Caracas: Monte Ávila, 1999.