4.5 Dossier


Tecnología y pornografía: La construcción del cuerpo apocalíptico en Crash de J.G. Ballard

Technology and Pornography: The Construction of the Apocalyptic Body in J.G. Ballard’s Crash.


Daniel Arella

Estudiante de Letras,

Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela


Resumen

Este trabajo analiza, en esta novela de ciencia-ficción distópica, los intercambios dados en una nueva tecnología perversa fundada en la conjunción entre el auto y el cuerpo. A través de la violencia y la muerte esta conjunción se muestra como polos insuperables de estimulación pornoerótica. Además, se demuestra la construcción de un nuevo cuerpo metamorfoseado, abierto a un terreno desconocido y aberrado de la sexualidad: el cuerpo apocalíptico que denuncia a la sociedad tecnocrática y de consumo.

Palabras clave: tecnología, pornografía, cuerpo, muerte.


Abstract

The paper analyses, in this dystopic science fiction novel, the exchanges given on a new and perverse technology founded upon the conjunction of the automobile and the body. Through violence and death this conjunction shows itself as insurmountable poles of porno-erotic stimulation. In addition, the construction of a new metamorphosized body is shown, opened to an unknown and outraged terrain of sexuality: the apocalyptic body that denounces society’s technocracy and consumption.

Keywords: Technology, Pornography, Body, Death.


Recibido: 17/04/2010 / Revisado: 21/06/2010


El equilibrio entre realidad y ficción cambió radicalmente en el 60, los papeles se están invirtiendo. Vivimos en un mundo gobernados por las ficciones: la producción en masa, la publicidad, la política conducida como una rama de la publicidad, la traducción de la ciencia y la tecnología en imaginería popular (…). La ficción ya está ahí. La tarea del escritor es inventar la realidad

J.G. Ballard, “Prólogo” a Crash

Los materiales de los libros pornográficos que figuran como literatura son, precisamente, una de las formas más extremas de la conciencia humana

Susan Sontag, La imaginación pornográfica

En la novela Crash (1973) de James Graham Ballard (nota 1) se crea una corporeidad inédita a través de la conjunción sexual entre el cuerpo humano y el automóvil como una sola significación, en fin, como una realidad en sí misma, o como nos dice el antropólogo francés David Le Breton: “[E]l cuerpo como proyecto sobre el mundo” (41). Las implicaciones, los mecanismos, significaciones y consecuencias de esta nueva construcción corpórea-semántica en la novela Crash, que hemos denominado cuerpo apocalíptico, será el objetivo principal del presente estudio. Esta construcción se genera y se establece a partir de cuatro posibles procedimientos o enunciados. Es decir, la estructuración planteada en este trabajo para su abordaje crítico contendrá cuatro niveles de significación: el cuerpo como cohesión/prolongación/identificación sexual del automóvil; el cuerpo como metamorfosis y deformación después del choque de autos, y posterior adaptación-inmanente a la sociedad de consumo a través de códigos regidos por la violencia; el trauma como nacimiento y eje del cuerpo apocalíptico: la memoria del desastre; el complejo de castración tecnológica y la invención de una nueva aberración sexual: el auto como fetiche.

La novela posee una estructura narrativa circular. Comienza y termina con la muerte de Vaughan, el personaje principal, cuando embiste su auto a toda velocidad contra la limusina donde se encontraba la actriz Elizabeth Taylor, mientras se masturbaba al ritmo del pistón del motor. La máxima consumación de su deseo consistía en morir en el momento exacto que llegara al orgasmo. Este es el proyecto mayor de Vaughan, su obsesión última, cuyos preparativos han sido meticulosamente planeados y repensados a lo largo de la novela. Entre inicio y fin de la obra suceden una serie de acontecimientos desmesurados en torno al centro dislocado de una obsesión única.

Los intercambios basados en una nueva tecnología perversa fundada entre la conjunción del auto y el cuerpo a través de la violencia y la muerte como insuperables polos de estimulación erótica, son, a nuestro modo ver, la obsesión del personaje en Crash y el centro motor de la novela. También lo son las heridas, lesiones y deformidades causadas por el choque que originan un cuerpo metamorfoseado y abierto a un terreno desconocido y aberrado de la sexualidad: el cuerpo apocalíptico. Veamos un ejemplo:

Las fracturas múltiples de los muslos aplastados contra el freno de mano, y ante todo las heridas abiertas de los genitales de ella y de él, el útero de la actriz traspasado por el pico heráldico del emblema del fabricante, el semen de Vaughan derramado en el tablero luminoso que se registraba para siempre (Ballard 16).

El cuerpo post-crash (posterior al choque), el cuerpo apocalíptico, es un cuerpo sobrevivido, metamorfoseado, un cuerpo como memoria del desastre abierto a una nueva perversión de la sexualidad.

Esto ocurre porque en el momento del acto sexual, dentro del psiquismo alterado de los personajes, se evoca, de forma inconsciente, los segundos demoledores de la colisión. El trauma se actualiza a través de la perversión: “El cuerpo deforme de la joven inválida, como los cuerpos deformes de los autos destrozados, mostraba las posibilidades de una sexualidad totalmente nueva. Vaughan había articulado mi necesidad de una respuesta positiva al accidente” (Ballard 120). Las heridas y deformaciones (fisuras corpóreas) ocasionadas por las colisiones de autos se convierten en excitadores sexuales futuros, en nuevas referencias pornoeróticas elevadas a un contexto dinámico orgásmico. Ballard los llama “orificios suplementarios”. Este es el modelo psíquico de estos personajes: siempre multiplicar las posibilidades del cuerpo: una perversión poliforme. Se inaugura un cuerpo futurista deforme, cuyas cavidades, honduras y repliegues corpóreos originados por medio de heridas y lesiones, son sometidos a las repentinas ranuras del auto destrozado, a través de una adaptabilidad psíquica del trauma, que van configurando un cuerpo sígnico proyectado sobre un futuro cuerpo social ficticio.

Los estudios sociológicos y económicos de la sociedad de consumo como hecho patente y verificable, han venido hablando desde hace varias décadas de la democratización de la tecnología, y se le ha dado el nombre de tecnocracia: “la utilización política de la ciencia y de la técnica a favor del consumo” (Sociedad 63). La tecnocracia constituye una herramienta eficaz, por parte del gobierno y las clases sociales privilegiadas, para eliminar todo tipo de jerarquizaciones sociales y políticas. La tecnocracia se sirve de los dispositivos de poder a través de los mecanismos de la sociedad de consumo con la estrategia inmanente de ideologizar y reprimir. Un ejemplo típico de esta democratización de la tecnología sería el automóvil, que ha pasado a ser el símbolo por antonomasia del consumismo, cuando el auto dejó de ser el privilegio de unos pocos y se convirtió en un objeto “al alcance de todos”. Así deducimos que: “La sociedad de consumo le entrega determinados bienes que le eran inaccesibles, pero a cambio exige su sumisión” (Sociedad 67). Esta sumisión no es otra cosa que la consecuencia de un mecanismo de normalización, parcelamiento y regularización de los excesos de energía que necesitan ser silenciados y neutralizados por los dispositivos de poder. Esta sumisión sufre un proceso de inversión radical cuando el objeto, en este caso el automóvil, se convierte en el blanco de una sistematización sadomasoquista. Como respuesta inmediata y espontánea, o bien, como exorcismo a esta sumisión a la tecnocracia, Ballard, en su novela Crash, inventa la tecnarquía pornográfica, en donde el objeto del deseo (el auto) se transforma no sólo en un fetiche, sino en una dimensión infinita de perversión, en donde las transacciones con el cuerpo fundan una nueva economía sexual:

Esta joven simpática, de plácidos sueños sexuales, había renacido en los desgarrados contornos del coche sport aplastado. Tres meses más tarde, sentada junto al instructor que le enseñaba a manejar el auto para inválidos, aferraba los mandos cromados entre los dedos vigorosos como si fueran extensiones de su propio clítoris (Ballard 117).

Un nuevo cuerpo erótico que se adapta a través de un dispositivo de sexualidad concreto violento a las posibilidades pornoeróticas que ofrece de pronto la tecnología y en este caso el automóvil: velocidad, lesiones y heridas múltiples causados por el choque, protuberancias fálicas metalizadas, vertiginosidad, sensación de movimiento, evocación perversa del choque anterior como lubricador inminente, y por último, la posibilidad de muerte violenta a través de un nuevo choque como acelerador coital y orgásmico: salvación y locura.

Según el psicoanálisis freudiano:

El fetichismo está específicamente centrado en la realidad de la castración. La elaboración del objeto fetiche es una formación de compromiso entre dos corrientes psíquicas conflictivas: una verifica la ausencia del pene en la madre, la otra le atribuye imaginariamente el pene que se supone faltante, con la forma del objeto del fetiche (Elementos 397).

El automóvil, en Crash constituye un fetiche atroz de repercusiones catastróficas para la sociedad moderna. Con esto se revelan los principales rasgos de la ciencia-ficción distópica, como es la especulación, el discurso de anticipación histórica y la extrapolación futurista. Como indica Jameson:

[L]a ciencia ficción no pretende imaginar el futuro “real” de nuestro sistema social. Sus múltiples futuros ficticios desempeñan una función muy diferente, la de transformar nuestro propio presente en el pasado determinado de lo que aún está por venir (243).

Ballard “inventa” este fetiche al llevarlo hasta sus últimas consecuencias de violencia, como es el universo tecnoanárquico que traslada el psiquismo de Vaughan a niveles insoportables de insaciedad sexual. No basta con afirmar que el hombre va siendo sustituido por las máquinas a lo largo de la historia y siendo exiliado a un plano inconsciente de aislamiento funcional como cuerpo social en un futuro probable. El hombre va generando una paradójica adaptación postdarwiniana del cuerpo a la tecnología, ejemplo célebre de la ciencia-ficción distópica. El choque automovilístico les arrebató la posibilidad de morir a los personajes: “[I]nextinguible nostalgia por la pérdida soportada” (Ballard 118). La muerte se convierte para estos obsesos en un órgano sexual abstracto que, en sí mismo, es el orgasmo perpetuándose en términos potenciales de eternidad (nota 2). Por ello Sunsan Sontag acierta al decir que “el verdadero leitmotiv de la pornografía no es el sexo, sino la muerte” (2007: 80). Entonces podemos concluir —y contradecirnos, fielmente— que el auto no es el objeto (total) del fetiche, sino la muerte (entendida como órgano sexual faltante). Pero es el auto el que le brinda la posibilidad del éxtasis. En Crash el acto del choque de autos es la representación del coito con la muerte, la eyaculación sobre la muerte.

En el tercer capítulo de la novela, Ballard, el personaje-narrador, corriendo a 100 km por hora, después de esquivar con una maniobra insólita dos autos mientras atravesaba el terraplén, chocó de frente con un tercero. El conductor salió disparado a través del parabrisas y murió desmembrado sobre el capot del auto de Ballard. El copiloto de la víctima reciente, su esposa, era una joven médica, la Dra. Reminton. Ballard se pregunta, tratando de explicarse el encuentro visceral de sus miradas después del choque: “¿Entendía entonces que las manchas que me cubrían la cara y el pecho eran la sangre de su marido?” (31). Mientras se recupera durante su estadía en el hospital, Ballard no cesa de pensar en un futuro encuentro sexual con la Dra. Reminton, con la intención inconsciente y perversa de dar vida a su esposo muerto en el vientre de ella, según declaraciones del personaje narrador. Devolverle a su esposo muerto a través de la resurrección tecnológica de un choque psíquico, en donde la crueldad funcione como solución benévola. El choque se instaura como la única posibilidad legal de quitarle la vida a alguien, como una salida de autodestrucción corporal, como un orgasmo mecanizado, como el éxtasis de una nueva tecnología sexual. El cuerpo erótico post-crash, el cuerpo apocalíptico, se despierta hacia territorios delirante de conciencia a partir del trauma. “Mirándome, comprendí que si un ingeniero de autos observara mis heridas podría deducir con exactitud el año y el modelo de mi coche” (Ballard 38).

Las creaciones imaginativas pornográficas de Vaughan sorprenden por el paroxismo de su perversión:

Pulmones de hombres de edad traspasados por la manija de una portezuela, senos de mujeres jóvenes empalados en el eje del volante, mejillas de hermosos adolescentes perforadas por las aleta cromadas de las luces interiores […] taxis de niños alborotados que se incrustaban en los coloridos escaparates de supermercados desiertos. Soñaba con hermanos y hermanas separados que se encontraban por azar en vías de acceso a laboratorios de petroquímica (Ballard 18).

Así como su catálogo favorito de choques: accidentes automovilísticos de psicópatas, de amas de casa neuróticas, de esquizofrénicos excitados, maniacos-depresivos aplastados, paranoicos infortunados, niños autistas chocados por detrás. Amalgama caótica de los males de la sociedad contemporánea, cuyo mecanismo de válvula sería la representación simbólica de la tecnología: el automóvil. En La imaginación pornográfica Sontag concluye que la pornografía artística es una toma de posición en la frontera de la conciencia, una conciencia extrema que funda una dialéctica de la atrocidad. No adrede Sontag entiende la explosión pornográfica como un antídoto subversivo, lógico y popular ante la hipocresía y la represión de las sociedades (62-3).

A continuación tomaremos en cuenta la concepción del deseo en Deleuze para explicar y/o complementar algunos aspectos de la configuración del cuerpo apocalíptico en Crash, los cuales no logran ser esclarecidos del todo por el “psicoanálisis edipizante” de Freud sobre al fetiche y la castración.

Deleuze habla de la disposición del deseo como un componente de los dispositivos de poder. El deseo, Deleuze lo entiende como voluntad de poder, y como articulación para las formaciones de estos. El poder no sólo funciona y acciona su mecanismo como represión e ideología, sino, como diría Foucault, son constituyentes de la sexualidad. La ley es constituyente del deseo y de la carencia que lo instaura. No basta con decir que el poder reprime y parcela, es preciso aprehender su mecanismo inmanente. Estaríamos hablando entonces de una economía sexual implícita entre el sujeto y el objeto (el cuerpo apocalíptico y el auto), de unas transacciones heterogéneas y complejas que se establecen como comercio para el cuerpo y desde el cuerpo: el dispositivo de sexualidad. Los procedimientos del poder actúan sobre los dominios de la sexualidad, codificándolos y territorializándolos. Su represión implícita conduce a la manifestación de trastornos, no como espontaneidad, sino como extensión de lo que Deleuze llamó las ‘líneas de fuga’: “Este cuerpo es tanto biológico como colectivo y político; sobre él se hacen y se deshacen las disposiciones, es él quien lleva las puntas de desterritorialización de las disposiciones o las líneas de fuga” (12-3). La tecnarquía pornográfica manifestada en Crash sería un ejemplo de “líneas de fuga” cuyos fenómenos de resistencia y de represión estarían representados por los dispositivos de poder inmersos dentro de la sociedad tecnológica de consumo, donde se encuentran ocultas la ideología y las leyes de la sociedad de control. Sabiendo que el hombre en relación con la sociedad actual es visto sobre todo como “un conjunto de necesidades por satisfacer” (Facci en Pignotti 70), en Crash los objetos de consumo no lo satisfacen —como es el caso del auto— y necesita, ya trasladando la necesidad a otros planos de significación patológica, poseer sexualmente al objeto:

Los choques accidentados provocaban en Vaughan una temblorosa excitación: las complejas geometrías de un guardabarros abollado, las imprevistas variaciones de radiadores hundidos, la prominencia grotesca de un tablero de instrumentos inclinado entre las piernas del conductor como una calibrada fellatio mecánica (Ballard 21).

El cuerpo apocalíptico en Crash, en un primer estrato, es un cuerpo desterritorializado que, siendo constituyente de los dispositivos de poder, lo pervierte desde adentro, le disloca su funcionalidad tecnocrática, perfora las estructuras invisibles pero omnipresentes de sus normalizaciones y represiones, dialoga desde una inmediatez atroz del cuerpo con sus dispositivos: el cuerpo como maquinaria de guerra, que según Deleuze, es un cuerpo totalmente diferente del aparato de estado y de todo tipo de poder. Este plano de inmanencia deleuziano de disposición del deseo es trasladado en Crash a la materialización concreta de la realidad: la novela misma.

Es por ello que Ballard dice basta de inventar ficciones, hay que inventar la realidad. Ballard inventa una nueva aberración sexual haciéndola saltar de un inconsciente colectivo ficticio-probable en ciertas condiciones (allí se encuentra la esencia de la ciencia-ficción distópica), de una enfermedad ficticia de transición que amenaza con un peligro futuro. El interés más acelerado del hombre por la tecnología dejará a un lado los placeres “más humanos” como el sexo convencional. No en vano el narrador de Crash en una conversación concluye lúcidamente: “Lo que le interesa a Vaughan no es el sexo, sino la tecnología” (Ballard 135). El cuerpo apocalíptico en Crash es un cuerpo pornoerótico futuro cuyo deseo sexual es desviado brutalmente hacia la tecnología que terminará por sustituir el sexo: el único mundo fuera del tiempo—que en todas las novelas de ciencia ficción distópicas coinciden, menos en Crash —donde el hombre del futuro podrá ser libre.

Notas

(1) Ballard en su revelador “Prólogo” —que más bien constituye un manifiesto estético enmarcado dentro de la tradición de ciencia-ficción social— nos dice: “La novela tiene una intención política completamente separada del contenido sexual, pero aún así prefiero pensar que Crash es la primera novela pornográfica tratada con la tecnología” (14). Crash fue adaptada al cine en 1996 por David Cronenberg. Las diferencias entre la novela y la película de ciencia ficción son explicadas detalladamente por Susan Sontag en su ensayo “La imaginación del desastre”, donde deduce que las películas son flojas allí donde las novelas de ciencia-ficción son fuertes, en lo científico. Sontag continúa diciendo que las películas de ciencia-ficción no tratan sobre ciencia, sino sobre el desastre y éstas contienen un elemento que las novelas evidentemente carecen: la representación inmediata de lo extraordinario (1969: 250-51).

(2) Esto ya nos lo demostró de manera implacable Georges Bataille con Historia del ojo–considerada la obra maestra de la literatura erótica–cuando expone la vinculación secreta de la experiencia erótica extrema con la muerte.

Bibliografía citada

Antón, Jacinto. “J.G. Ballard, escritor y gran visionario moderno”. El País. 20 abril 2009. Internet. Dic. 2009.

Bachelard, Gastón. Lautréamont. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1997.

Ballard, James Graham. Crash. Barcelona: Minotauro, 1979.

Bataille, George. Historia del ojo. Barcelona: Tusquets, 1988.

Deleuze, Gilles. Deseo y placer. Barcelona: Archipiélago, 1995. Internet.

Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis. El aporte freudiano. Buenos Aires: Paidós, 1996.

Foucault, Michel. Historia de la sexualidad I. México D.F.: Siglo Veintiuno, 2003.

Jameson, Fredric. “Progreso versus utopía: ¿podemos imaginar el futuro?”. El arte después de la modernidad. Brian Wallis (ed.). Madrid: Akal, 2001. 241-48. Internet.

La sociedad de consumo. Barcelona: Salvat, 1973.

Le Breton, David. Antropología de las emociones. España: Nueva Visión, 2003.

Pignotti, Lamberto. Nuevos signos. Valencia: Fernando Torres, 1973.

Sontag, Susan. Contra la interpretación. Barcelona: Seix Barral, 1969.

---. Estilos radicales. España: Editorial De bolsillo, 2007.