Ana Carolina Saavedra Lozada
Recibido: 2-6-2010 / Revisado: 12-9-2010
Teacher and singer born in the Venezuelan State of Carabobo in 1970, she has lived in the State of Amazonas for 16 years. She has developed social work in the indigenous communities of Panare, Yanomami, Goahibo, Piaroa, among others, which are located in the states of Amazonas and Bolívar. She has worked with the Centro amazónico de investigación de enfermedades tropicales (CAICET), Circuito Judicial Penal del Estado Amazonas, and the Vicariato Apostólico de Puerto Ayacucho.
Antes nacieron las flores del camino, se marcharon con el viento de la ausencia, pétalos de una piel que cumple con los ciclos naturales del tiempo. Estas allí en la cúpula de una construcción antigua, estoy aquí mirando por las ventanas de la contemporaneidad. Conjugar es faena de inquietos duendes del pensamiento verbo. Los “hekuras” están en los oídos, queriendo escuchar antes que los ángeles renacentistas las murmuraciones de ancianos y perdidas imágenes que saltan de las páginas de los libros, mientras los pájaros se asoman a tus ventanas una mañana de noviembre, en las riberas de las infancias perdidas.
Llevo en mis manos las contradicciones, las cosquillas de las caricias, el mal atrapado, el bien saliendo de los ojos, como luceros de una noche de verano, como cocuyos del amazonia donde se guarda una promesa. Eres pequeña como la niña que sale de la boca de Dios y al ser palabra su forma se multiplica. Una niña, dos niñas, cinco niñas, tantas veces niña... lejos de lo incierto.
En una isla habitaban los callados, en una luna habitaba el pensamiento, en ti la prueba, despojada de bien y mal.
No hay tiempo ni lugar en este nacimiento, se hace el día y la noche cuando del vientre salimos para nombrar. Es misterio llegar a la vida con grito o sin él. Mas sin amor no fuese posible. Tu estas allá donde comienza, yo estoy aquí donde termina. Tantas veces nosotros, y un alma contenida.
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Soportó el peso de los verbos
descubrió en el rostro amado
la frágil expresión de la despedida.
Alguien lo vio marcharse con el alma
con el silencio de las cosas perdidas.
Dejó las horas y el árbol que miraba
un viejo manuscrito,
una senda.
La abomina visión del desapego.
Habría querido besar sus manos y sus besos,
guardar en una escarapela
luz,
sombra,
caballos de batalla
himnos y sepulturas.
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Son un vértigo donde me equivoco,
transforman los significados.
Serán otros los días del equilibrio,
un tropiezo,
con las dos percepciones en mis ojos,
luz y otredad.
Oraciones gravitantes
mujeres frágiles hechas de inviernos.
Piedras del principio del mundo.
Hay escorpiones en la pared cuando entran las aguas,
augurios en las flamas de las velas
estrepito en el agua que cae,
ahuyentas,
retraes la expresión,
mientras rio abajo las aguas del pasado.
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Rotos están los tiestos de la antigüedad. Millones de fisonomías en las calles de las grandes ciudades y un solo antifaz con signos de una tierra derruida y asaltada. Largos son los caminos del sosiego, habremos de vivir con el tejido de Judea asistiendo a las ceremonias del sincrético mundo que hoy amaneció sin guía. La negra que enreda en sus muslos la fundación de Abraham y el libro de los muertos. La india que asiste a la alborada con una hamaca tejida con desvelos. Un fragmento de Guerra, el día de Enero, a golpe de tambor, o cantando inviernos sobre una curiara, somos un vértigo de historia que se desdibuja en los modales del alma. Perdidos están los libros que lo dijeron todo, los horizontes que miraban los aristotélicos, las lunas que se vieron cuando Sara estuvo embarazada. La guadalupana virgen hará la obra del perdón a aquel que estalló su imagen, mientras se afilan otras espadas.
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El silencio es más que la imagen de agua
y el surco de luminosidades,
nubes de un paisaje sobre la verde sabana,
aproximación de un paraíso.
Anhelos convertidos en fuego,
la vegetal e indómita sucesión de árboles
salvajes formas.
El mismo silencio
en las manos que tejen presentimientos,
que abandonan el cuerpo y alargan la noche del solsticio.
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El Lugar de las imágenes perdidas. (2006)
La mujer está lavando sus colores
Pensando.
Se deja ir rio abajo
distraída.
Con un niño colgado en el pezón
y otro en el vientre
ella pende de la tierra.
Se dejó sembrar
se dice y revela desde adentro.
No sabe contar los días
sin la luna,
No puede ir a las montañas
ni recoger cosecha y leña.
Pero compró en el pueblo
cuentas azules y blancas
para recibir con un regalo.
Ella está pensando en semillas
que hay en un lugar remoto
y en los hombrecitos que salen de su orificio.
En la vida
piensa la eñepa.
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Me hará un surco en el ancho de mi rostro
pasa muchos sus manos
borra la expresión
me hace barro.
Guarda mis sombras
en la planta de sus manos.
Camina por las brasas para enseñar la fuerza
muestra la luna
y la infinitud.
Nos comemos la candela
en esta tregua de mundos distanciados.
Nunca seré más inasible.
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Estos árboles son nuestros
por eso también todos los frutos.
Ha llegado la hora del juego de los vientos de rama
con los hombrecitos sin guayuco.
Pronto una mujer gritará “¡muchacho cuidado te caes!”.
Todos seremos de todos
los niños
/nuestros/
Este es el verano pegostozo
se oyen los rumores junto al árbol de Yopo
pienso que recogen la cosecha en el mundo de los muertos.
Soy otra que también grita para pedir.
La boca me sabe a tierra dulce
y es que la pequeña Achon me dio su mango.
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